2024/07/14

La crisis de los frentenacionalismos en Occidente y en particular, de la hegemonía de Estados Unidos, pone en evidencia las costuras en la confrontación de las posiciones en el campo de la información, que están lejos de los relativos acuerdos editoriales del pasado entre los grandes medios de comunicación tradicional, que copaban el espectro de la opinión y daban la impresión de la representación de la veracidad en sus contenidos.

Por su puesto, todo esto quedó más que relativizado por la incursión de las redes sociales, formuladas como cebo para atraer miles de millones de usuarios y capturar la información privada de cada uno de ellos, a fuerza del hedonismo clásico humano sintetizado en likes y se-guidores. Es tal el valor de la información privada de cada ser humano que contacta con las redes que es a lo que equivale el valor accionario de las compañías como Alphabet, Meta o X(anterior Twitter), con sus ciudades, literalmente, de servidores, empresas en la cúspide si se piensa en el ranking mundial de las bolsas de valores occidentales. Claro, sucede con sus equivalentes en Oriente con Alí Baba, por ejemplo.

Ahora bien, lo de ayer con el atentado que sufrió el expresidente Trump y su registro en los medios exhibió en los huesos lo que sucede. Aunque las imágenes de lo sucedido circularon desde primer momento donde se veía a Trump tomarse un oído y abatirse debajo de un atril mientras las fuerzas de seguridad brotaban de entre el tablado para protegerlo, se levantaba con una línea de sangre en la mejilla y se reconocía ya de un muerto y heridos de bala, los criterios de abordaje fueron ciertamente disímiles. Mientras CNN(acrónimo de Cable News Network) en lo doméstico reportaba un “tiroteo”, al igual que cadenas occidentales e internacionales como France 24 o Deustche Welle, otras como Televisa hablaban explícitamente de un intento de asesinato del expresidente. De hecho, en la primera comparecencia del presidente Biden, a la pregunta de si se trataba de un atentado contra Trump, omitió reconocer lo que era una imagen palpable, mientras insinuaba que tenía una idea de lo que pasaba, pero que se requería de más información.

Solo ya bien entrada la noche los criterios se fueron unificando en los medios, pero quedó expuesta la batalla política abierta que existe entre las élites de EEUU, que, por su puesto, está representada en la propiedad y formato de los consejos editoriales, la “línea del partido”, se diría.

Algunos en sus largos reportajes hablaron de la necesidad de contener la “ira” con la que demócratas y republicanos abordan el debate electoral, sin embargo, la mejor manera de encauzar la democracia en este contexto, no muy diferente a lo que sucede con la aversión que han tomado los medios de comunicación tradicional en Colombia, es estimular el desarrollo de medios de comunicación alternativos de carácter social, los que deben poseer infraestructura y penetración que posibilite que otras voces relativicen los formatos de los grandes sistemas de comunicación en pugna abierta como en Estados Unidos, o dominantes como en Colombia.

Democratizar el espectro de la comunicación, no es el caos como algunos sugieren si no la forma convencional de estimular la oxigenación del sector, en un sentido de proyección en el tiempo y que supere la actitud predominantemente contestataria y cada vez más restringida de las redes sociales.

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