2024/07/20

La crisis de la hegemonía occidental está conduciendo a los Estados Unidos a la toma de decisiones excepcionales. Después de la Segunda Guerra Mundial la estrategia de Washington de mantener los pies puestos en Europa tenía que ver con como evitar la unidad económica del heartlant de Mackinder, que desplazara su proyecto de consolidación de la supremacía global, una región supracontinental, Europa y Asia, con rimland o periferia en Oriente Medio y África, con una riqueza suficiente e interconexión geográfica y cultural de siglos de historia, conforme el paso de imperios terrestres  y del mar de cabotaje, es decir, de circunvalación continental y al margen del curso de la navegación en la profundidad del océano, con suficiencia para opacar cualquier imperio de ultramar.

La justificación ideológica de la permanencia de Estados Unidos en el Viejo Continente se construyó en “argumentos” como que una potencia de ultramar, distante territorialmente, lo que le daba un hálito de independencia en cuanto a intereses de los estados europeos, podía arbitrar el choque de intereses y la larga historia de guerras entre potencias como Alemania, Francia, Rusia, Inglaterra, Italia, Austria-Hungría.

La realidad fue que Washington terminó, como era de esperarse por semejante prerrogativa, amasar su proyecto global, con los europeos que se beneficiaban del orden imperial en segunda silla y que se imponía al resto del mundo.

Y es lo que está culminando, un giro como ruptura a una política que de facto tiene alrededor de 70 años.

Trump, que releva el lugar de Europa en el proyecto histórico de Washington de manera acelerada para enfocarse en la estrategia dual de zanahoria y garrote a las potencias militares y económicas emergentes, mientras Biden opta por una solución unidimensional mediante la guerra con Rusia, en marcha, y con China que está en el nivel crudo de la batalla comercial.

 Puede decirse, que cada quien representa intereses de élites y perspectivas de los sectores republicano y demócrata.

En esto el Sur Global sigue siendo la carne del emparedado, por lo que debe establecer una política, la que no tendrá pocos detractores, destinada recuperar la soberanía de su quehacer y del uso de sus recursos.

Una opción importante en el caso Latinoamericano, es, retomar el proyecto bolivariano de carácter continental, es decir, un sistema de acuerdos entre países con gobiernos soberanistas.

Contrario a las iniciativas de comienzos del presente siglo cifradas aún en proyectos socialistas empujadas por la Venezuela de Chávez o la Cuba de Fidel, hoy lo es entorno a ideales keynesianos, la recuperación de la industria nacional, del desarrollo tecnológico y de las capacidades del Estado como motor de la transformación y con carácter democrático, es decir, la búsqueda de la realización de derechos ciudadanos, en todos los órdenes, que precisamente soporten la posibilidad del alumbramiento de una economía que vaya en la dirección de la disminución de las inequidades y desigualdad social  conforme, a su vez, con el crecimiento del empleo.

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