El fin de la hegemonía occidental, donde una
coalición de países suficientemente fuertes dictaban el que hacer del orden
internacional y donde los pocos países que se resistían al dominio eran fácilmente
aplastados por las sanciones comerciales, sin siquiera la necesidad de una
batalla militar, ha llegado a su fin con el intento de ahogar a Rusia quien encontró
en su sociedad comercial con China, y el temor de esta última de seguir en la
lista de objetivos occidentales, la forma con la que avasallar el soft power,
se diría, el verdadero poder de los Estados Unidos.
La cascada de eventos subsecuentes no se ha
hecho esperar. Rusia a falta de implosionar económica y políticamente debido a
las decenas de sanciones internacionales impuestas por el G7 crece en su
producto interior bruto 3,6% en 2023, una tasa superior a la mostrada por los potencias
occidentales, la Unión Europea 0,5% y 2,4 EEUU en 2023, un fenómeno que se
extiende a otras naciones en igual situación de bloqueo comercial dirigido por
Washington como Irán, 5% en 2023 o
Venezuela, más de 5,0% en igual año, una
declaración internacional de independencia y la voladura del Swift.
Es decir, se ha pasado de facto de una
constelación global dirigida por Washington a un sin número de procesos en
cristalización económica y política, donde el hard power, el poder
militar estadounidense ha sido exhibido pero que también ha tenido una
respuesta por parte de Rusia, Irán y China, y los acuerdos militares
extendidos con otras naciones.
Es aquí donde aparecen dos sentencias sobre como
asumir la actual situación por parte de EEUU. La de
los demócratas de Biden, que presume del escalamiento de la guerra con fundamento
en las emisiones de divisas estadounidenses, o la del republicano Trump, que
reconoce las limitaciones del poder imperial, y establece alianzas en función de
las capacidades militares y económicas reales de los países en cada región.
El expresidente Trump y su fórmula a la
vicepresidencia de los republicanos Vance, han establecido que Europa Occidental
debe asumir los costos de la guerra en Ucrania, en todo orden, y el día de ayer,
el ya confirmado candidato republicano a la presidencia, acotó algo similar
para el caso de Taiwán. Es un verdadero terremoto político.
Trump trató de “palestino” al presidente Biden,
en el más reciente debate televisivo realizado haciendo alusión a las “restricciones”
que la Casa Blanca coloca al uso de las armas suministradas por Washington a Israel,
lo que hace pensar que el expresidente tiene claros los intereses estratégicos
sobre recursos esenciales como el petróleo y la labor que en este sentido
cumple Tel Aviv en Oriente Medio.
Por lo que se ve el sistema de alianzas
globales ha sido barajado de facto, eso sí, el papel de la fuerza militar adquiere
un papel central y la acción colonizadora se prevé más lacerante.
El magnate que hizo su fortuna con los concursos
Miss USA y Miss Universo, Trump, tiene como pivote económico el incremento de
los aranceles para los productos que ingresen al mercado estadounidense, una terapia
de choque que para los expertos significará un incremento de precios en los
productos comercializados en el país y por su puesto de la inflación, con lo que pretende obligar a la reindustrialización
de dicha nación, lo que en su defecto puede llevar a un mayor rezago internacional al coloso del norte.
El tema es de tiempos, es decir, cuanto durará este proceso para que pueda permitir convertir a Estados Unidos en una nueva factoría competitiva en el ámbito internacional, mientras potencias como China con su dinámica de alianzas globales estimula el desarrollo económico e industrial entre países aliados. Por demás, que tanto puede aguantar el sector financiero estadounidense, soportado en emisiones de dólares un proceso de desintegración económica de este tipo.
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