2024/07/26

Divide et impera es una máxima utilizada como estrategia política en todos los tiempos, aplicable a un escenario electoral como a uno propiamente de guerra. Hay antecedentes de esta estrategia, en escritos, desde la antigua Grecia pasando por Roma o la Francia de Napoleón.

Kissinger manifestaba, cuando se le preguntaba porque en las guerras de Oriente Medio Estados Unidos a veces apoyaba a Irán o a veces a su contradictor Iraq. Su respuesta era que la idea era mantener esta región en conflicto, a lo que viene estados debilitados con necesidades de recursos económicos debido a la guerra y obligados en este caso a concesionar o de otra forma, entregar el petróleo a bajos precios.

La creación de una nación inexistente en 1948, Israel, en Oriente Medio, no solo obedece a la justificación de disponer un país para una de tantas culturas y nacionalidades perseguidas por la Alemania del Tercer Reich, si no también, porque conocido el milagro que representaba el oro negro para el desarrollo económico luego de la revolución industrial, era establecer una cabeza de playa en la región donde se concentraban las mayores reservas mundiales de petróleo, hundida en una latitud consolidada cultural, social  y económicamente por su larga historia. La división colonial de regiones, a escuadra, en África, Oriente Medio y Asia, tienen variopintos ejemplos del divide et impera, y de como desatar conflictos como mecanismo para facilitar la permanencia de las metrópolis en medio de las tendencias políticas asociadas a la descolonización.

No es ajeno a lo que sucede hoy mismo. De entrada, hay que decir, que los combustibles fósiles representan poco más del 80% de la energía con la que se mueve el mundo, considerando la suma de gas, petróleo y carbón.

Las sucesivas guerras en Oriente Medio desde mediados del pasado siglo tienen como característica el choque entre Israel, a quien se suman las potencias occidentales, contra los árabes y en la actualidad contra árabes y farsis de Irán.

Hasta finales del pasado siglo la victoria occidental en la región permitió la garantía de flujo y la coadministación de los recursos petroleros en Oriente Medio por parte de las metrópolis europeas como de Washington, y lo que permitió la constitución del denominado petrodólar luego de terminada la convertibilidad oro dólar en 1971 por Estados Unidos.

Es lo que ha cambiado. La independencia de las importaciones petroleras por parte de Estados Unidos, a través del fracking, ya en el presente siglo, con explotaciones en su propio suelo y Canadá, terminó por facilitar el comercio de crudo de Oriente Medio con China, lo que ha redundado en una cadena de intercambios comerciales entre la península arábiga y Beijing en múltiples terrenos.

Ahora bien. La explotación petrolera no convencional, es decir, el fracking no solo por su impacto ambiental, si no por el diferencial de costos involucrados respecto de la explotación de petróleo convencional, sustentado por el artificio financiero de las emisiones de dólares, no resulta sostenible en el tiempo. Este factor es el que hace pensar a Wall Street en tratar de volver a recuperar su influencia en los entornos del Mar Arábigo. Por su puesto, esto también puede entregar la llave del grifo a Occidente del petróleo que va a la misma China o permitir a Europa sustituir la demanda contenida que se originaba en Rusia y colapsada debido a la guerra en Ucrania.

En la más reciente comparecencia del premier israelí, Benjamín Netanyahu ante el congreso de EEUU, este propuso impulsar la alianza de antaño entre Occidente e Israel, a través de  lo que denomina Alianza Abraham con la que se propone derrotar militarmente a Irán, y con ello doblegar como en el pasado, la región árabe y farsi en Oriente Medio, con el fin de recuperar el control del petróleo de la zona.

Pensar entonces, en que es lo que se juega en el país vecino, Venezuela con elecciones el fin de semana, y que, en la actualidad, posee las mayores reservas de crudo, país a país, del mundo.

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