Mientras el neoliberalismo impuso el eslogan
del “sálvese el que pueda” en la década de los ochentas del pasado siglo, un
anuncio que tenía que ver con la derogación política del estado keynesiano, con
empresas estatales, gestión pública de servicios y sectores privativos en
cuanto a la explotación de materias primas y bienes esenciales de la naturaleza
como el agua dulce, en el resto del
mundo que nunca alumbró un Estado de Bienestar, significaba el predominio de la
economía de las multinacionales que cotizaban en Wall Street en la economía local,
desindustrialización y universalización de la informalidad en el mercado laboral.
El capitalismo empresarial occidental con epicentro en Washington encontraba una solución al problema de las montañas de dólares impresos que empujaban la inflación doméstica y que serian empaquetados como inversión y desarrollo al resto del mundo, exportando su crisis a los países subdesarrollados y en desarrollo, una factura que se materializó con los denominados “efectos”: Zamba, Tequila, Tigres Asiáticos, Vodka, Tango, y una experiencia que pretendió replicarse en lo que fue la crisis financiera de 2007.
Esta estrategia ha permitido el auge económico de Estados Unidos y de Europa Occidental desde finales del siglo XX y hasta la actualidad, y el pegamento de las tensiones entre los estados federados de Estados Unidos y el fraguado de la misma Unión Europea.
Sin embargo, el ingreso de la multipolaridad, un cuestionamiento de facto a la posición de la Reserva Federal como banco de emisión de la moneda global está trastocando todo, y coloca de nuevo sobre el horizonte la economía basada en la producción, una verdadera inflexión sistémica que vuelve real en cuestión de impactos la deuda pública y privada, el déficit fiscal y comercial en los países centrales.
Esto mismo es lo que está impulsando las tensiones sociales y económicas en los Estados Unidos y el auge del nacionalismo en la Unión Europea, una presión que explica la dinámica de partidos políticos “euroescépticos”, que canalizan el estrés ciudadano ante la crisis económica y lo redirigen colocando en el centro de los problemas la migración, la seguridad y las decisiones de Bruselas, con lo que se busca que se eluda la responsabilidad de las élites, sus partidos políticos tradicionales que adoptaron el modelo globalizador que toca fondo.
En otras tantas columnas se ha tocado el proceso de deslocalización industrial que Occidente implementó como salida a la crisis de sobreproducción y de tasa de ganancia, en dirección a Oriente y los efectos concomitantes a ello.
El día de ayer, el populista holandés Geert Wilder que lidera el “partido por la libertad” en Holanda y que dejó a la saga el frentenacionalismo en dicho país, en las más recientes elecciones llevadas a cabo el pasado noviembre, consolida lo mencionado definiendo la Unión Europea como “monstruo”.
