Regularmente cuando se piensa en
los homicidios se concentra la mirada en los occisos como tal, dejando de lado los efectos que las muertes generan en las familias y los seres queridos, quienes ven modificada
radicalmente su historia futura.
Es el caso de los hogares que quedan expuestos a serios riesgos al afectarse económicamente sus finanzas, algo que repercute con mayor fuerza en las familias en estado de pobreza, exponiéndolos potencialmente a la
perdida de cohesión y disolución de la
unidad familiar.
De esta forma, la relativa
estabilidad que representa la existencia de la familia se modifica por un
ambiente de vulnerabilidad, detrimento de las relaciones afectivas y del acceso a bienes
esenciales para las madres, niños, niñas, adolescentes y adultos mayores quienes
finalmente son las víctimas silenciosas de esta expresión extrema de la
violencia.