El fin del imperio romano- para hablar de la historia
de Occidente porque Oriente tuvo su propio proceso- dio lugar a la emergencia
de la vida oculta en la dermis social de Europa. Al declive de la “romanización”, sobrevino una
miríada de culturas hasta entonces definidas como bárbaras; galos, macedonios, bretones,
dacios, lucitanos, germanos, por nombrar algunas, que fueron soporte, bases
nacionales de los estados europeos tal como se conocieron hasta la Segunda
Guerra Mundial desde cuando fueron colonizados culturalmente, como en el
pasado, pero en este caso por la perspectiva anglosajona, más adelante
propiamente estadounidense.
La predominante economía centrada en el imperio romano progresivamente dio paso pues a las potencias también coloniales en torno al Reino Unido, Holanda, España, Francia y Alemania, entre otros referentes.
La designación de los territorios y el pensamiento único del sistema mundo imperial romano, homogenizador como todo imperio, en su declive, permitió la recuperación de la palabra, el idioma, el reconocimiento de la diversidad étnica y cultural reprimidas, así como de múltiples centralidades en el desarrollo técnico, económico, científico y comercial.
Esto para decir, que el declive del imperio estadounidense actual hace ingresar a la humanidad en una etapa no muy diferente, si se le compara con lo que sucedió a la postre de la caída del imperio romano (sucede de forma natural con el cenit de otros imperios en la historia del mundo), y provocará que las naciones más decididas en su papel regenerador del conocimiento, se reposicionen y adquirieran nivel como referente social e ideológico global del sistema mundo cultural y nacional diverso que emerge.
Ahora bien, también es cierto que el declive de las grandes potencias se presenta paralelo a derrotas en el ámbito militar, lo que, de hecho, significa erosión o de otra forma, asimilar el reto existencial de las mismas, la prevalencia o supremacía, y nunca antes en la historia este proceso viajó paralelo al desafío que representa el potencial uso masivo de armas nucleares como si se observa en el presente (en esto hay que considerar dos mojones de la coyuntura, la guerra de EEUU contra Rusia en Ucrania o lo sucedido en la “primera” batalla contra Irán-, más recientemente).
El contexto de la desaparición de la URSS resulta singular, si se considera que dicho estado federado poseía poder nuclear pero que terminó volver consciente una derrota ideológica (aunque no fuera cierta) y facilitar de alguna forma su desmembramiento, de forma pacífica, lo que incluyó la degradación de su perspectiva como superpotencia.
En el presente, la caída del imperio estadounidense, un imperio verdaderamente global donde terminó por monetizarse cada cosa que se produce “en el planeta” en dólares, si se piensa en la economía de las sociedades humanas, presenta por esto mismo un precipicio al frente sin parangón, una particularidad tan cierta como la de la tentación del uso generalizado del arma nuclear por parte de la metrópoli colonial en su defensa o como fórmula de resistencia a su declive y ante los reveses militares. No olvidar que EEUU ha sido la única nación del mundo que ha hecho uso de dos bombas atómicas en contexto de una batalla militar, y lo hizo, lo que cabe recordar, sobre ciudades japonesas, es decir, sobre población civil.
El sistema de valores occidental ha sido minado consistentemente a lo largo de décadas de injerencismo armado o no(), y que materializa en los huesos su perspectiva más cruda en el campo de concentración y aniquilación de Gaza, algo que pese a seguir siendo blanqueado debido al control de los mass media tradicionales, públicos(neoliberalizados) y privados en el mundo de forma generalizada, deja sin piso los más elementales cánones legales afines con la convivencia humana, tal como en lo que terminó la Alemania del Tercer Reich.
La emergencia multipolar, es decir, el reposicionamiento de otras potencias en el concierto inter-nacional debido al auge productivo, tecnológico y comercial de Oriente, que apalanca otras potencias y naciones en el mundo, permite no solo confrontar a Occidente en estos terrenos si no respecto de parámetros civilizatorios que, habiendo sido derogados, explican la acción continuada de dominación imperial, lo que riñe con la democracia y las posibilidades de bienestar de las sociedades.
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