En Occidente, ya no se trata de recibir dinero de financiamiento
de Estados Unidos y hacer negocios con China.
La hegemonía estadounidense se cimentó en las
emisiones de dólares y con lo que apalancó por décadas su desarrollo industrial
a expensas de monetizar cada cosa que se producía en el mundo, lo que está
representado en que el billete verde tradujo la moneda de referencia del
comercio y las finanzas internacionales. Eso desde finalizada la Segunda Guerra
Mundial, pero un fenómeno que se fue eclipsando a lo largo de poco más de tres
décadas y que tomó celeridad con el ingreso, facilitado por EEUU y con lo que
la Unión Americana buscaba contener la “adquisición” de su territorio por parte
de China a través de la compra de deuda del tesoro, a la Organización Mundial
del Comercio en 2001. El problema dio un
respiro de largos 25 años hasta que la realidad de la transferencia industrial y
despunte tecnológico del gigante asiático aprieta el nudo sobre la garganta de
Wall Street y explica el giro geoefinanciero, geoeconómico y geopolítico actual
con el que Washington intenta no ahogarse en las emisiones (de nuevo) de
ochenta años.
Los magnates de la Calle del Comercio han decidido ralentizar las emisiones de su
moneda y poner en marcha medidas, antes que el billete verde se evapore en su valor por lo que todos los esfurerzos se destinan a la sobrevivencia del imperio en
declive, el resto de Occidente tendrá que valerse por sí mismo.
La estrategia es simple. China hoy es la centralidad de
la producción y desarrollo tecnológico global y cada país que recupere su industria
quitará un pequeño pedazo de la tarta que concentra Beijing. Por su puesto, es
también el propio esfuerzo de Washington, es decir, el reshoring, el retorno de
la factoría que migró por razones económicas al gigante asiático, donde se
produce a mejor razón precio calidad.
Causará dolor, como dice Trump troleando a Wall Street. Rupturas sistémicas obligadas de este tipo han producido “dolor” como en el caso leninista y maoísta en las postrimerías de las revoluciones, cuando se presiona las urbes a migrar al campo, buscando ampliar y obtener excedentes de capital con que empujar la industria y, como "el eterno retorno", a la urbe, pero donde con una renovada palanca geoeconómica se reconstruyen.
En este proceso, lo primero es la incomprensión y
rebelión social ante el “dolor” de la inflación y la escasez, a lo que se
sobrepone un aparato de seguridad estatal inclemente y de lo que no hay como
escapar.
Ahora bien, mientras más financiarizada la economía más el dolor y las lágrimas se diría, y es a lo que se enfrenta el coloso del norte. En este sentido, las economías de la periferia, menos consumistas y menos distantes del trabajo(otra cosa es que se oculte con eso de la 2iformalidad laboral), tienen un escenario más favorable si se piensa en una reactivación industrial.
Los medios presentan las recientes victorias electorales
en Canadá (partido liberal) y las del día de hoy en Australia (partido
laborista), como resultados “anti Trump”, pero algo que hay que destilar.
Canadá no tiene muchas opciones si se piensa en un choque con Washington, por la integración económica
cierta que deriva una frontera activa con Estados Unidos y que para librarse de
dicha dependencia tendrá que desarrollar lazos allende el remoto Atlántico. Mexico
tendría que diversificar su producción hacia Latinoamérica y Europa (donde se
pone en competencia con China, nada más y nada menos). Por demás, eso toma
tiempo y los efectos sociales si son inmediatos. Lo del Estado 51 y el Golfo de
América son apenas la seña.
Igualmente, con la idea de limitar las emisiones por
parte de la Reserva Federal los flujos comerciales se contraerán y ello de cualquier
forma impactará de manera seria sus economías considerando Canadá y Mexico.
Estar cerca del torbellino del dinero trae sus ventajas en cierto momento, pero
no en otros.
El caso de Australia es diferente. El país de los
canguros ha transitado a una economía integrada a la cadena logística de materias
primas de China. También se ha articulado a sus flujos de capital, así que la
idea de Wall Street es que AUKUS (alianza militar Australia, Reino Unido y
Estados Unidos) no es viable con una Camberra dependiente de Asia por lo que la
opción es romper con esta, establecer los aranceles del 25% al hierro y acero
australiano y más bien intentar sustituir estas importaciones con producción nacional
en la Unión Americana. Sucede con el caso de estos productos importados por
Estados Unidos desde Europa Occidental o Japón (No es que las empresas de China
u otras latitudes se asienten en Estados Unidos: es que dichas empresas sean de
propiedad de estadounidenses. Recuérdese el bloqueo de la adquisición de la japonesa
Nippon Steel de la US Steel en diciembre de 2024).
Este modelo fue descifrado con antelación por parte de
Brasilia quien apenas elegido Trump promovió el acuerdo Mercosur-Unión Europea (todo
en 2024: en noviembre gana Trump en diciembre se firma). Por su parte Lula Da
Silva viaja a Japón el pasado marzo con el fin de estimular una Asociación Estratégica
Mercosur-Tokio con lo que se busca relevar productos agroalimentarios de Estados
Unidos que los asiáticos canjeaban por productos industriales con la Unión
Americana, en lo que Brasilia se presenta como relevo comercial.
De hecho, antes de la victoria de Trump ya en octubre
de 2024, Brasil había impuesto aranceles al hierro y acero procedente de China
(una decisión semejante fue asumida por Colombia), lo que ha permitido a la
postre negociaciones comerciales Beijing-Brasilia en el marco de los BRICS
+ (la importación China se pacta y se establecen espacios geoeconómicos de
convivencia por ejemplo en Europa).
Dicho lo anterior, Colombia tendrá su propio round con
la presidencia de la CELAC y en el potencial “acuerdo” comercial China Latinoamérica, la
oportunidad de oxigenar el mundo empresarial de dicho continente y del propio
país.
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