Ya hace un año que Sam Altman, creador de
ChatGPT, presentado como el boom, que dará un nuevo giro a la internet,
compareció ante el Congreso de los Estados Unidos.
Afirmó que “Mi peor temor es que causemos un daño
significativo al mundo”, y se esperaba que explicara en detalle lo planteado,
sin embargo, lo que siguió, por lo reportado en los medios desvanece la amenaza de la que hablaba Altman, enfocándose en
temas, que aunque sensibles, como el “impacto a los empleos”, agregan
que “quizás” generará más trabajos de los que destruirá, o la promoción de fake
news perfeccionadas, termina es justificando su desarrollo por cuanto “la tecnología
tiene potencial para ayudar a encontrar soluciones a los problemas como el cáncer,
o la degradación del medio ambiente".
Bueno, más tarde, con una app de fotografías elaboradas
mediante IA, se observó la perspectiva, de hecho, racista y clasista, con Gemini,
de Google Inc., cuando se preguntaba por imágenes de trabajadores, y entregaba personas
de color o latinas, y que a la postre fue retirada, debido a la lluvia de
críticas.
Aunque bueno, la pregunta es que tanto la IA es
la clasista o racista y cuanto va en que es la sociedad en si misma quien vive
esta segregación y que el temor es más bien a que se mire al espejo.
Una discusión adicional fue la de una moratoria
a los desarrollos, sin embargo, fue evidente la tendencia que afirmaba que el
genio ya ha escapado de la botella, algo apenas obvio, si se reconoce que
la base de la IA, que es la recolección generalizada de información privada de
miles de millones de personas, ya está procesada y, hoy, continuamente
asegurada.
Volviendo a la comparecencia, el Senador republicano
Josh Hawley, ripostó a la idea de la IA, comparada con el desarrollo de la
imprenta, más bien con la invención de la bomba atómica, y en cierto sentido,
tiene razón.
La Inteligencia Artificial Generativa, puede
compararse al lanzamiento al suelo de un grupo de canicas, a las que se puede
individualmente definir su curso. Se establece como chocan o no, unas contra
otras. Cuales son obstruidas o lanzadas por una colisión “fuera de juego”.
El tema, es que esas canicas, pueden ser
personas, y que son los datos personales, que, en una mezcla de los algoritmos,
el resultado de lo que se denomina IA, permite hacer todo ello.
¿La pregunta es que hará un empresario, movido
por la acumulación de dinero, o, en algún momento por el nihilismo humano de la
destrucción? -Sin hablar, de lo que
pueden hacer los Estados, incluyendo los que tienen perspectiva imperial y/o
colonial-.
Recordar que con la acumulación de datos a través
del smartphone, esencialmente, se pueden establecer rutinas de cada persona, su
estado de ánimo con herramientas de psicología digital, basada en
comportamiento del rostro, la cadencia de voz o escritura. Es decir, la fragilidad
en la que las personas se encuentran. Si, se está solo o acompañado, si se está
en movimiento de un vehículo o caminando, de hecho, con quién se está
departiendo. Si, el lugar donde habitas esta solo y cuanto tiempo. Cuál el
estado de las finanzas, claves de las transacciones-deje de lado, lo del cifrado de extremo a extremo, o el blockchain-, o, si existen enfermedades.
Mucho se afirma, que la explotación de estos
datos personales de manera abierta, llevará a que las grandes tecnológicas
perderían credibilidad y se arruinarían, pero que tal si eso lo hacen terceros,
los denominados hackers. Pensar, en que diariamente son tantos los delitos que
se presentan como, de hecho, probabilidad, que esto que se teme, ya esté
sucediendo.
Sin duda, conociendo la ruta cotidiana de una persona,
la planeación de cualquier cosa que se desee hacer con ella, tiene toda ventaja
de éxito.
¿O de otro lado, que tal si Waze, conociendo tu
rutina, espera el momento oportuno, noche, zonas de riesgo de hurto, una vía
cortada…para, desviarte y voilá?
Y, solo son dos aristas de lo posible. Colóquele
imaginación.
Claro, este tipo de disquisiciones no salieron
al público en las discusiones en el Senado de EEUU, porque sería el fin de la
industria, y prevalece el interés económico de reinventar la redención de un
capitalismo, franqueado por la crisis de recursos y los problemas asociados al
cambio climático. Al decir de un capitalista, matar la gallina de los huevos de
oro.
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