Mucho se habla del poder que
posee la biodiversidad, pero poco se hace por reconocer que existen un sin
número de plantas y alimentos comestibles al margen de los que se consumen en
la actualidad... Eso es lo que significa biodiversidad, mientras que las
sociedades están sometidas, tienen los ojos vendados y supeditados a la visión
e intereses de los propietarios de las grandes compañías internacionales que
sustentan su actividad en monocultivos industriales.
Ahora bien. La riqueza biológica es un concepto que debe revaluarse en términos de que concita la idea de que solo lo que es redituable por los humanos, en particular, las grandes corporaciones, merece la pena mientras lo demás puede ser obviado, en el mejor de los casos o destruido. Es mal-eza.
No solo porque los sistemas naturales, son eso, ecosistemas donde unos dependen de otros, se completan y autocrontrolan, si no que los humanos somos apenas una de las infinitas especies que existen sobre el planeta y que la naturaleza en su haber y saber tiene decenas de millones de años en su desarrollo, mientras la humanidad apenas puede preciarse de miles.
En esto la inteligencia artificial no es tampoco la alternativa, porque si bien puede apalancar desarrollos hasta ahora no advertidos, lo cierto es que la iA se alimenta del saber acumulado por la humanidad, que sigue siendo restrictivo en una magnitud indefinida de aspectos, desde los efectos hasta la parcialidad del saber, debido a que el conocimiento humano no es ni mucho menos el que existe en la naturaleza.
Los humanos juntos, 8 mil millones de habitantes, cabemos en una pequeña isla de 2.054 kilómetros cuadrados en el océano Atlántico, la isla de Tenerife(el 0,039% de la superficie terrestre). Hay que superar pues el antropocentrismo que cega los ojos. Los humanos, si del del planeta se trata, del saber que sustenta, no somos el centro de nada. De hecho, si la humanidad decide destruirse, el planeta, su vida biológica, simplemente se regenerará en su propia forma.
Ahora bien, la visión obtusa que han impuesto las multinacionales a través del colonialismo financiero que está en su cenit, es lo que ha permitido que producir alimentos en cualquier lugar del mundo este supeditado a dos o tres compañías globales, como que dos empresas, Syngenta(China) y Bayer(con capital alemán y estadounidense, en pleno precipicio conocido que las materias primas de sus productos provenía de Rusia, los que se han interrumpido debido a la guerra de Ucrania y los que ahora se dirigen a China), controlen la producción del 42 por ciento de las semillas que se usan en el mundo. Sucede con la producción de pesticidas, maquinaria agrícola y genética animal y vegetal.
Así como la deslocalización industrial visible desde los años ochenta del pasado siglo, un mecanismo para huir de la crisis de tasa de ganancia y de sobreproducción propia del capitalismo, y que representó expandir y recrear la geoeconomía concentrada en EEUU, fue la oportunidad para el desarrollo industrial de China, lo cierto es que el deslave del colonialismo financiero soportado en la monetización del trabajo de cada ser humano en el mundo a través de la emisión de dólares por parte de la Reserva Federal, representa a su vez la oportunidad de recuperar el poder de las monedas nacionales con las que apalancar el desarrollo industrial doméstico.
Depende pues de las sociedades, si deciden optar por guiarse ciegamente por unos determinantes económicos que desaparecen y supeditados a la menguante hegemonía estadounidense, o si se deciden a caminar el camino de la soberanía, el tomar en las manos la perspectiva de desarrollo y que está supeditado a las potencialidades humanas de sus connacionales y de la riqueza (esa que no es solo la que puede monetizarse) de sus territorios.
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