La llegada de Trump a la Casa Blanca hizo pensar que
el América First sería un slogan más como el de otras presidencias que con
palabras altisonantes llegaban al solio presidencial para luego simplemente
adornar la retórica y seguir haciendo lo mismo de otros mandatarios.
Pocos calculaban que el Magnate de Mar a Lago se
saliera de los rieles del bipardismo estadounidense sustentado en el poder del
dólar, en particular, de la monetización del comercio internacional país a país
del mundo en el billete verde. Era solo tirar más o menos del esténcil de la
Reserva Federal para pintar la moneda de referencia internacional.
Y esto es lo que lo cambia todo. Wall Street ha comprendido
que la maniobra de las impresiones tiene un tiempo limitado y había que actuar,
y explica como Estados Unidos ha declarado una guerra comercial al mundo (184
países con aranceles) con lo que busca sentar en el banquillo cada una de estas
naciones, que inclinen su cerviz a Washington y hagan lo que este manda en temas
comerciales, industriales, financieros, militares o territoriales (pensar en
Groenlandia, Canadá o Panamá, y es solo el comienzo).
Wall Street llama a ello “besar el culo” y realmente
no se equivoca en su definición si se observa lo que mandata. Trump repite
constantemente que la Globalización significó que las demás naciones a escala internacional han abusado de Estados Unidos y que es lo hay que cambiar. Como decir que la
explotación hasta ahora vivida por el mundo por parte de Washington ahora se
intensificará.
Los magnates estadounidenses u occidentales buscan algo simple: entregar los pasivos
que significan montañas de emisiones de dólares realizadas en 80 años, a los
demás países del mundo y las que tendrán que ser pagadas con el sudor y
lágrimas de los trabajadores informales a nivel global, esto por que son el sector
predominante a nivel internacional. Estas emisiones descontroladas, con las que
se han producido los mayores ricos que ha tenido la historia de la humanidad ahora
producen inflación debido a la saturación de la presencia del dólar en el
mercado internacional y a que países del bloque BRICS +, y otras naciones que
paulatinamente se pliegan a su tendencia, realizan progresivamente el comercio
en monedas al margen del dólar y del Swift, el sistema con el que Washington ejercía
el verdadero poder blando de la hegemonía.
Ahora Wall Street quiere conminar a que los países “obligados”
por la amenaza de aranceles, vuelvan al redil de Swift, abandonen la idea de
comerciar en monedas locales, y en particular opten por derogar el comercio de
productos de mejor relación calidad precio, lo que incluyen aquellos de alta
tecnología, con China.
El problema de Washington con Venezuela, Irán, Rusia o China se resolvería en 24 horas, troleando a Trump, si estos países simplemente adoptan los precios de los productos que dicta ahora mismo Wall Street y que si se piensa en los aranceles del 245% a China, es una expropiación de la producción vía tarifas arancelarias.
Es decir, Washington desea que su quiebra sea
trasladada a la quiebra de los demás. No es una discusión sobre cuanto cuesta producir
un bien o servicio y en cuanto se puede vender, sino que hay que subvencionar, perdón
por la repetición, la deuda estadounidense.
Como se ve, los BRICS + son la mayor piedra en el zapato
si se piensa en los intereses de la Unión Americana y eso explica la estrategia
de Washington de intentar disolver “a como de lugar” la cooperación sinorusa,
es decir, la del mayor país en territorio del mundo con el mayor país productor
del orbe, regiones que poseen fronteras contiguas.
Estados Unidos está dispuesto a ceder a Moscú, lo que
pida. En el Consejo de Seguridad de la ONU, Washington vota con Rusia; veta las
resoluciones en contra de Moscú, está dispuesto a conceder las exigencias
territoriales en la guerra de Ucrania. A que, en una negociación con inversión
estadounidense, recuperar el gasoducto Nord Stream (el ducto de transporte de
gas más importante del mundo en su momento y que conectaba gas de Siberia con
Europa Oriental y Occidental) sacado de operación por explosiones en las profundidades
del mar Báltico en medio de la guerra con Ucrania, de las que Moscú señala como
responsable a Estados Unidos. Habla (aunque solo se queda ahí) de quitar la
financiación económica y el apoyo militar a Ucrania con lo que Kiev (más bien
la Otan) perdería la guerra en 24 horas (volviendo a trolear a Trump).
Wall Street está dispuesto a compartir el espacio
comercial de la Unión Europea (una invención suya) con Rusia.
Aún así, la voraz guerra de Occidente contra Rusia
parece demasiado fresca, tanto como que los cañones disparan aún unos contra
otros con decenas de miles de muertes acumuladas entre ucranianos, rusos y
mercenarios extranjeros, como para lograr esperar una reacción que aliente las
expectativas de Washington (recordar, por nombrar algo de otros casos lacerantes,
los ataques sucesivos con enjambres de drones contra la misma capital del país
eslavo).
Mojada la pólvora en el frente oriental, la
alternativa de Wall Street fue entonces tomar el toro por los cuernos, es
decir, enfrentar en definitiva su verdadero competidor económico y productivo:
China. -Vencer a Rusia era el camino para vencer a la postre a Beijing-. Pero,
como lo menciona Xi Jinping (ya no es un cable o portavoz) en su reciente
visita al Sudeste Asiático, China “luchará hasta el final”.
Hace poco en un tweet el embajador de China en
Colombia Zhu Jingyan retomaba una publicación de El Confindencial de España
donde se exhibía el escenario de una batalla naval entre Estados Unidos y China
y que concluía que según el Pentágono, China hundiría los portaviones gringos
en 20 minutos (pensar por ejemplo en las armas hipersónicas que no posee
Washington). Jingyan concluyó en su trino que “Tener una espada en la mano y
optar por no utilizarla es una cosa, y otra bien distinta no tener una espada
para defenderse de los depredadores. Lo hemos aprendido desde hace tiempo.”
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