El instinto de supervivencia entregado por la
naturaleza a los seres vivos, es decir, a la protección a la inercia y
evolución que poseen los sistemas vivos, el apego a la vida, se activa ante fenómenos
que pongan en peligro su funcionamiento y es lo que se explicita en la “sensación”
de miedo.
La transformación de los flujos energéticos en los sistemas vivos está representado en lo que se denomina, en una de sus aristas, como dolor, una señal sensorial que pone en marcha medidas de protección o cura.
De esta forma todos los seres vivos están expuestos a estas sensaciones de miedo o modalidades de protección. Los seres humanos sublimamos el miedo en construcciones sociales y culturales como la religión, entre otros. Los ritos acompañan la humanidad a lo largo de su historia; cada región del mundo en su propia forma, con sus propios ritos y tan antiguos como que antes de las grandes religiones monoteístas conocidas, léase el cristianismo, islamismo, confucianismo o budismo (entre otras), existían formas de subliminar el miedo en formas de culto a fenómenos naturales; a la llegada del día, la noche, la lluvia (…). De la adoración por el nuevo día se pasó al culto a dioses y semidioses que protegieran de fenómenos naturales como tormentas o sismos, malas cosechas, enfermedades, sobre la situación de las relaciones afectivas (…).
Lo desconocido siempre está ligado a la excepcionalidad de perder la vida y asociado al miedo, y lo desconocido es también el día a día, por eso se ora al levantarse y al dormir o al medio día. Las estampillas de los dioses o semidioses protectores se llevan en la billetera o en el pedal del freno de los vehículos.
La política hace lo demás. Lo bueno y lo malo definido por estructuras de poder social que se consolidan en formas culturales materializan la denominada “justicia”. Se le quita pues el rol al avatar de la naturaleza, por ejemplo, ante una tormenta (asesina) o una plaga y que representaba un castigo, para que este castigo sea asumido por estructuras sociales.
Ahora bien, la matriz social, política y cultural del homo sapiens, que le hace olvidar que es un animal y que lo convierte en dios sobre la tierra, cuando es una parte insignificante de la misma, se proyectan realidades como que se fundamentan grupos humanos superiores a otros, que unos pocos pueden explotar a miles de millones, tirarse sus vidas quitándoles las condiciones de vida básica para condenarlos a tareas con las que apenas pueden alimentarse o encontrar abrigo en la noche.
El antropocentrismo debe dar paso al naturalismo, al comunitarismo al reconocimiento de la hermandad entre seres humanos donde se sepa que la vida es efímera y que la vida eterna no existe.
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