La bipolaridad (45 años) se sustentó en esferas de
influencia y pactos entre las grandes potencias de quienes enfrentaron en la
Segunda Guerra Mundial a Alemania, Japón e Italia. Por supuesto, fue una
repartición en un escenario donde las potencias europeas se destruyeron
mutuamente, unas más que otras, en medio de la confrontación.
Se comprendía el saldo pírrico de la guerra, es decir, lo que quedaba era desolación y cementerios con decenas de millones de muertes en combate y como consecuencia de los bombardeos indiscriminados de las ciudades, más intensivamente Berlín, y el accionamiento de dos bombas nucleares por parte de EEUU, también lanzadas a dos urbes en Japón.
La unipolaridad fue el punto de quiebre que sobrevino a la Caída de la Cortina de Hierro (que se dio de manera voluntaria por Moscú y no como producto de una derrota en el campo militar) que duró unos 30 años mientras el mundo se hundía paulatinamente en la multipolaridad ya a comienzos del siglo en curso.
Ahora bien, más allá pues de los partidos políticos en EEUU, la elite económica estadounidense estableció hojas de ruta tanto para el gobierno federal en la escena doméstica como doctrina para el espectro exterior de acuerdo a la progresión que iba de la era bipolar a la unipolar y del keynesianismo al neoliberalismo y la globalización, todo en clave del mercantilismo, es decir, del poder que otorgaba concentrar la producción industrial, el desarrollo tecnológico internacional y la progresiva consolidación de la monetarización en dólares de la economía mundial.
Sin embargo, esta escena que sobrevino a la Segunda Guerra ahora mismo precisamente enfrenta un salto si se piensa en lo que fueran los referentes de los más recientes 80 años, es decir, al hecho de que EEUU ha perdido la supremacía industrial y tecnológica a manos de China, y que, paralelo a ello, se ha abierto una brecha al uso del dólar en el comercio global, una realidad posible precisamente porque Beijing ahora mismo tiene el respaldo para su moneda en sus capacidades económicas, y con lo que China a través de los BRICS + y otras naciones que paulatinamente se integran a este proceso, facilita el apalancamiento de la emergencia del poder de otras monedas nacionales en el mundo.
Este fenómeno es lo que explica la matriz política que aplica el gobierno Trump en un entronque con Wall Street, es decir, los capitalistas de la principal city en beneficios económicos desde la última posguerra mundial que reconocen la transformación que se ha presentado y la necesaria readecuación de sus estrategias de supervivencia como potencia, algo que va más allá de los partidos políticos.
Como decir, lo que tantas veces se plantean en estas columnas, Wall Street se quedó con el screen para pintar billetes pero Beijing con la producción y el desarrollo tecnológico.
El sobresalto geopolítico que debería haber tenido la caída de la URSS en 1991 y el predominio global de EEUU en la unipolaridad fue diluido por procesos de intensificación de la monetarización de la producción económica internacional respecto del dólar y lo que representa por ello mismo un tándem de efectos bien diferentes a los que ahora se están presentando.
Sin embargo, son precisamente los confines de la dolarización global y paralelo a la emergencia de otras potencias, que, de hecho, se van alejando del billete verde, como se ha mencionado, lo que hace que el giro actual no sea comparable al interludio entre la bipolaridad a la unipolaridad, es decir, lo que está ante nuestros ojos es un trastorno geopolítico inédito en cerca de 80 años.
Por eso resulta casi incomprensible la doctrina de Wall Street que guía a Trump, en particular la persecución y expulsión a los migrantes latinoamericanos o la burda perspectiva anexionista de Canadá, GAZA, Panamá o Groenlandia (que parece ser el comienzo) o lo inédito de la retórica que infiere la intervención de los territorios que componen la nación Mexica, a lo que hay que volverse “siglos atrás” para encontrar un antecedente.
Es el reconocido por estos mismos como fin del mercantilismo estadounidense u occidental donde la penetración global se hacía a través de sus multinacionales y donde Wall Street definía a su antojo y necesidad, la división internacional del trabajo, es decir, que debía producir o dedicarse cada país del orbe, la expropiación generalizada del valor del trabajo a los trabajadores y donde la alternativa que emerge predominantemente es el uso de la fuerza, y que en lo que ahora vamos es inicialmente en el matoneo a través de las redes sociales.
La apertura de negociaciones por parte de Estados Unidos con Rusia, es a su vez el reconocimiento de una estrategia fallida en cuanto a la meta de derrotar militarmente Rusia, dar vida a la hegemonía estadounidense monetizando el mayor país en extensión del mundo, lo que iba en la dirección de a la postre abalanzarse sobre China.
El trinquete pues se ha devuelto, y lo que busca Estados Unidos es un acuerdo de zonas de influencia puras y las compartidas entre Washington, Moscú y Beijing para luego con ello adquirir patente de corso para imponerse en la región bajo su paraguas con guante de hierro.
Elon Musk, que de hecho representa un conglomerado de ultra ricos, ha optado por dejar a un lado la escena mercantilista que le ha otorgado el ser la persona más rica en la historia de la humanidad y lanzarse por el control de estado federal para proteger sus posesiones y las de los principales capitalistas en Wall Street. Musk, también ha sido enviado por Trump a “contar” y verificar las posesiones en oro de la Reserva Federal en Fort Nox. Eso dice lo suficiente.
Ahora bien, si ayer uno de los sustentos para la intervención militar era la afectación de empresas bananeras estadounidenses, hoy incluye cualquier regulación que se haga a las empresas tecnológicas de internet de Estados Unidos en el mundo, lo que va ligado a impedir (aunque ya como tantos otros hitos perdidos) que otra nación despunte en el desarrollo de la Inteligencia Artificial.
Lo cierto es que es una era de “cambios vertiginosos”. Trump, un octogenario (78 años de edad), en un mes ha dado un vuelco a la perspectiva política (quizás el fin de la octoginta que sobre viene a la Segunda Guerra de bipartidismo en EEUU) y económica global, en un escenario de transición hegemónica internacional.
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