2025/01/11

En 1965 la profesora de la Universidad de Cambridge Pyllis Deane publicó The First Industrial Revolution, un texto donde se da contenido a las causas de la emergencia del imperio británico ocurrido entre 1750 y 1850, y donde se hace evidente el papel que jugó el algodón, un producto de cultivo expandible en las estepas de tierra virgen en la por entonces colonia británica en Norte América, los Estados Unidos, superficies que no cargaban con el peso de los suelos ya arados por décadas en el Viejo Continente.  El oro blanco de la época contrastaba con las posibilidades del comercio de la lana de oveja, si se piensa en productos para la vestimenta personal, con limitaciones en la recreación de su producción si se compara con el algodón (habrá que decir, que el algodón fue cultivado, hilado, tinturado y tejido antes que por los europeos u otra civilización en el mundo, por incas, mayas o muiscas y comercializado a través de  extensas rutas comerciales continentales y marítimas, lo que se unía a las transacciones con cacao, maíz, fríjol, o sal, entre otros muchos  insumos).

Deane subraya como dicho cultivo explica la emergencia de las grandes ciudades británicas comenzando por su capital Londres y siguiendo con Liverpool, Manchester, Birgminhan y Glasgow, un baño de recursos económicos que apalancó el desarrollo educativo y a la postre técnico que facilitó el alumbramiento de la máquina desmotadora Eli Whitney y sucesivos procesos que agilizaban la cadena de producción del algodón tanto en los cultivos como en los procesos posteriores.

El tropiezo de la economía británica del algodón lo supuso la independencia de Estados Unidos, que en el texto se exhibe visiblemente en una gráfica del comportamiento del flujo comercial de la metrópoli europea. Aun así, la académica de Cambridge resalta como Gran Bretaña subsanó el impase manteniendo el comercio internacional del algodón a más de la economía que generaron las compensaciones por la independencia que realizaba Estados Unidos.

El desdoblamiento de la producción con soporte en el cultivo de un producto agrícola consolidó una fase aún más vital en el desarrollo del imperio británico y es prestar dinero a las regiones en ultramar, fueran colonias o no, un artificio para la expansión geoeconómica global basado en la emisión de la libra esterlina configurando lo que fuera el mercantilismo de la época, considerado como la primera globalización si se piensa en su alcance mundial.

Como se sabe, el imperio británico culmino como consecuencia de las sucesivas guerras entre metrópolis europeas precisamente por el control del comercio en ultramar y de las regiones productoras de materias primas claves, lo que terminó coronado por la primera guerra mundial y derivó en déficit comercial, endeudamiento con el mismo Estados Unidos canalizando el largo curso de la emergencia como potencia global de Washington.

Ya se ha mencionado en sucesivas ocasiones el papel determinante que tienen las expansiones geoeconómicas en la conformación de los imperios, en el entendido de como el capitalismo requiere del per se crecimiento económico sin el que no puede existir y que tiene sus propias fases que va del mercantilismo al crudo imperialismo, es decir, del paso de la penetración internacional a través de multinacionales y del empréstito, lo  que se basa en poseer la moneda de cambio general, a la rudeza del colonialismo clásico donde las potencias a través de la fuerza militar se apoderan de regiones directamente, administración de re-cursos humanos como materiales, lo que significa deprimir de manera “forzada” el valor comercial de las materias primas.

Estados Unidos calcó el modelo británico de expansión internacional y ante los limites geoeconómicos en los años ochenta del pasado siglo, pasó a la fase en la que se exprimen ganancias mediante el declive del pago por el trabajo o la universalización de la informalización laboral mediante el globalismo neoliberal, la economía del endeudamiento, una fase de nuevos productos mediante innovación y la monetarización del comercio internacional mediante el dólar.

Pero es lo que acaba de concluir.

El imperio británico se hundió en sucesivas guerras continentales y en ultramar intentando dar continuidad a su lugar como metrópoli global en lo que se incluyeron sucesivas fases en la explotación de materias primas como de la fuerza laboral (lo que incluye esclavitud clásica como de sus propias formas evolutivas) lo que tomó curso en sus colonias pero que fue expansivo al resto del orbe, y un proceso que terminó por entregar a EEUU su capacidad fabril y quien asimilo un nuevo ciclo económico internacional basado, de nuevo, en el mercantilismo.

Empero Estados Unidos ha sido presa del efecto que trae la economía de poseer la moneda de referencia internacional y que que vuelve predominante el oficio de especular mediante la palanca derivada de imprimir divisas, una trampa que eclipsa el mundo de la producción, del considerar los derechos ciudadanos a manos de élites embriagadas de riqueza y que al filo de la escena opta por medidas de fuerza y colonialismo más rudo como contención al declive hegemónico.

Así que no es Trump, es Wall Street.