2011/03/06

Opinión

Para la primera década del siglo XXI, la situación de discriminación e inequidad a la que están expuestas las mujeres se constata a través del análisis de las múltiples formas de violencia a las que son sometidas.

En el espacio privado, las mujeres viven la violencia intrafamiliar en medio de las relaciones de pareja, y que se expresa, entre otros, en la violencia sexual a través de la cual se evidencia la existencia de patrones culturales que legitiman el control violento de su cuerpo.

Entre los años 2000 a 2009 el Instituto de Medicina Legal reportó que 389.701 mujeres fueron agredidas por sus esposos, compañeros o ex esposos. Señala además, que 401.875 mujeres fueron víctimas de lesiones personales; se practicaron 146.642 informes periciales sexológicos a mujeres y se tuvo conocimiento de 15.746 casos de feminicidios.

Desde la perspectiva de los derechos económicos, sociales y culturales, los análisis concluyen que las mujeres sufren más que los hombres las distintas formas de pobreza puesto que son víctima de flagrantes desigualdades, tales como el acceso inequitativo a las oportunidades de empleo y remuneración inferior respecto de las actividades laborales; afectación del derecho a la salud, desigual participación en los puestos de responsabilidad política y afectación particular en el acceso a los servicios públicos domiciliarios y el agua.

Según la Organización Internacional del Trabajo, OIT, Colombia presenta una tasa de desempleo femenino de 14,8%, lo que localiza al país en el tercer lugar respecto de este indicador en América Latina y el Caribe. Según el DANE la tasa de desempleo de mujeres a diciembre de 2010 es de un 14,1%, mientras la tasa masculina es de 7.8%.

En el contexto del conflicto colombiano, las mujeres merecen atención especial por padecer además de los tipos de exclusión reseñados, el 
desplazamiento forzado y el despojo de la tierra, elementos que a su vez tiene efectos sobre los vínculos familiares, culturales y sociales. Por su parte, su condición de género les hace susceptibles de ser víctimas de la violencia sexual como arma de guerra.

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