Desde la década de los años
setentas, del pasado siglo, es evidente un lento pero progresivo proceso de
dependencia de importaciones de gas por parte de los países de la Unión Europea, y se explica como consecuencia del incremento de su consumo que se multiplicó en
más de cuatro veces, para el periodo comprendido entre el año 1970 y el año
2016.
Dicha dependencia se volvió más
patente cuando la producción de gas de los países de la Unión Europea inicia un declive sostenido, como consecuencia del cenit del gas convencional de esta región que
sobreviene al año 2004.
Por eso Rusia, bisagra
euroasiática y con visibles excedentes, se ha convertido en una alternativa
energética obligada por su cercanía geográfica al Viejo Continente, y a quienes
exportó el 80% de su superávit gasífero
durante el año 2017.
Sin duda, las perspectivas de la
Unión Europea orientadas a relegar el uso de carbón y petróleo(a más de la
energía nuclear), dados sus importantes niveles de contaminantes ambientales
que se generan tras su combustión, tienen en el gas un pivote energético esencial.
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